Es el título de un escrito de Frei Betto que completa el tema tratado el sábado pasado.
“En el siglo IV a.C., Aristóteles defendía la alternancia en el poder como predicado de la democracia y observaba en su Política que las cosas no cambiaban porque, “debido a las ventajas materiales que se obtienen de los bienes del Estado o que se alcanzan por el ejercicio del poder, los hombres desean permanecer continuamente en sus funciones.Hoy día eso se acentúa.
Los candidatos, salvo excepciones, no tienen programas, sino expectativas de ganar; ni objetivos, sino compromisos con aliados; ni principios ideológicos, sino el pragmatismo que ignora la ética más elemental. La política se ha vuelto el arte de simular y disimular.
Los mercadólogos tienen más poder sobre los candidatos que el partido. Ya no se trata de divulgar un proyecto político, sino un producto capaz de seducir al mercado electoral.
Los mercadólogos son hoy los verdaderos artífices de las candidaturas. Los electores, el blanco mercadológico. La diferencia con los productos del supermercado está en que éstos son comprados para uso del consumidor; y en el caso de la política para uso del candidato. Meses después, el elector ni recuerda los nombres a quienes dio su voto, aunque se queje de la política”.
Con esta cultura muy enraizada entre muchos de nosotros, se explica que les parezca natural la compra de los votos en las elecciones.
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