El Papa Francisco lo recordó, con
palabras de San Ambrosio, en su reciente viaje a Centro África, añadiendo: “Donde hay misericordia, allí está Dios”.
Y el insistir en esto no es ninguna
escapatoria de un mundo que nos oprime.
Es cierto que estamos perdiendo
sensibilidad ante tantas guerras, persecuciones, masacres, odios, catástrofes, epidemias…Cada vez nos interesan menos noticias
sobre ancianos que mueren solos, niños explotados, mujeres maltratadas, emigrantes ahogados buscando una
vida mejor, refugiados que
no encuentran asilo… Y nos
cuestionamos, ¿cómo puede suceder hoy todo esto?.
Pero, insistimos: en estas
circunstancias hablar de la
misericordia de Dios no es huir con ella
para dejar de sufrir. Propiamente es todo lo contrario. Es meternos en un
horizonte más amplio y sacando fuerzas de él, para mejorar la vida.
“La misericordia es la capacidad de
sentir con el otro, con el golpeado por las circunstancias. Es tener audacia y
valor para compartir con él el sufrimiento y las penas y buscar su consuelo y su esperanza. Nos hace estremecer y vibrar ante el dolor, la amargura y la desesperación hundida por la soledad y el
abandono. Exige anteponer al otro a mis caprichos, a mis prisas, a mis
exigencias y darle paz, compañía y
valor”. Ángel García en “La vida ascendente”.
Pero, volvamos de nuevo al Papa Francisco.
Lo admiramos por sus palabras, pero
mucho más por sus gestos y acciones. Y en su visita a África Central con su
conducta misericordiosa venció a los más fanáticos.
Sobre esto, una
anécdota que nos cuenta Mons.
Aguirre, obispo de Bangassou “Y gracias sobre todo a Dios Padre que ha querido regalarnos dos días
teñidos de paz porque incluso aquellos dos jóvenes que raptaron para degollarlos, los devolvieron sanos y salvos, (¿por
milagro de quién?) Al final de la tarde, después de haber tenido la
muerte rozándoles las gargantas”.
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