Después de la masacre del 13 en París,
la consigna oficial fue “aniquilación”. Y la actual diplomacia pasa por unir más aviones con más bombas de más naciones para aniquilar al
yihadismo.
La primera reflexión recibida es que el
Isis administra un amplio territorio, con una población humana no toda
necesariamente yihadista, pero fuertemente sometida a la barbarie de este grupo
terrorista. Y la lluvia de bombas mata indiscriminadamente a unos y a otros.
Además, segunda reflexión, y como ocurre tantas veces en la vida, el Isis es un victimario asesino, que
es usado por otras fuerzas mayores que él para sus fines particulares.
Todo esto ocurre en una región con una
intervención extranjera bien nefasta (recuerden las guerras de EE.UU en Afganistán
e Irak) y una continua
competencia entre los bloques de la región.
Para el Presidente sirio, Isis es un
enemigo grande, pero al mismo tiempo útil. Le permite presentarse
internacionalmente como un mal menor y sus enemigos también lo atacan. Una colaboración nunca esperada.
Arabia Saudí e Irán tienen por separado
un diferendo con Bagdad y Damasco. Por eso, ha apoyado a grupos yihadistas,
probablemente también, para que les dejen a ellos tranquilos.
Turquía es otra nación envuelta en este
laberinto. Ayuda a Isis abriéndole sus
fronteras con Siria. Con ello debilita al Kurdistán sirio siempre uniéndose en sus afanes independentistas con el Kurdistán turco.
Los EE.UU. fueron comadrona en el nacimiento de ISIS para que le
ayudaran contra Al Qaeda. Luego, se
les fueron de las manos. Ahora no saben cómo frenarlo.
Y detrás de todos ellos se esconde el
mayor negocio del mundo: la fabricación y venta de armas. Con ellas matan
los asesinos de Isis.
Pero, con ellas también occidente intenta aniquilarlos. Los dos enriquecen al
mismo amo.
Por todas estas razones hasta ahora la estrategia de “aniquilación” no ha dado resultado.
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