A un grupo lo forman personas que son precisamente las que más llenan
nuestros templos. Inclusive, personas que más trabajan en ellos.
El olvido está en que llenan todos los
puestos más humildes y trabajosos. Pero allí se quedan. Les hemos puesto una
barrera: prohibido el ministerio ordenado de sacerdote para la mujer y los
puestos importantes de decisión.
La mujer en la Iglesia es benemérita por
su entrega. Olvidada, porque se les niega aquello que los varones podemos
alcanzar.
El teólogo Vicor Codina s.j. lo ha dicho
claramente: “Hay que revisar el papel de la mujer en la Iglesia, superando toda
forma de patriarcado machista y androcéntrico. Dentro de esto se debería
repensar si la prohibición al ministerio ordenado de la mujer, que se considera
como algo “definitivo”, es realmente intocable, ya que esta conclusión no tiene
fundamento bíblico ni tradicional”.
El otro grupo es el más mayoritario.
Entran las mujeres laicas que son más del 50% y los hombres laicos.
Tenemos una Iglesia machista clerical.
Los puestos de influencia lo tienen siempre hombres sacerdotes, no laicos.
Los laicos (ellas y ellos) parecen
hechos para obedecer solamente. Y esto es un mal grande, pues en esa mayoría
absoluta se esconden valores y virtudes heroicas que quedan inutilizados en la
comunidad cristiana. Paradójicamente el otro grupo inmenso de olvidados los son
por ser pobres, económicamente hablando. Y estos fueron, precisamente, los
preferidos del Señor Jesús. ¿Qué ha pasado en todas las Iglesias para que nos
olvidemos tanto de la primera bienaventuranza?
Sinceramente, conozco las causas de
estos tres olvidos. Pero, no comprendo cómo no hemos sido capaces de superarlas
después de más de veinte siglos.
Me alegra que se están dando pasos
adelante y positivos para remediar todo lo que he escrito. Pero hay que ir más
de deprisa.
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