Es un grito que nadie grita. Simplemente que se repite una y otra vez en todos los niveles, y cuya consecuencia siempre todos la sufrimos y no llegamos nunca a sacar experiencia de ella.
En las últimas elecciones, los que quisimos el Cambio unidos coincidimos en una figura central para la Presidencia y se ganaron las elecciones. En cambio se dividieron los partidos y grupos en las candidaturas de senadores, diputados y gobernadores, y se perdió estrepitosamente.
Cada grupo soñaba en lo mucho que iba a conseguir por separado. Y los votos se perdieron porque se dispersaron todos en demasiados candidatos.
Ahora el futuro para las próximas elecciones, si seguimos divididos los que seguimos queriendo el Cambio, va a ser aun peor. Ni Presidente vamos a sacar.
Mientras tanto los que no quieren el Cambio, sino seguir la prolongación de los sesenta años, actúan deprisa. Se dividieron y ahora van agrupándose cada vez en menos grupos. Al final quedará uno solo al que todos ellos apoyarán. Y así pueden ganar en toda la banda. Y, si esto sucediera, el Cambio pasará al olvido.
¿Solución?
No tengo una bola de cristal para encontrarla. Pero el sentido común claramente me dice una cosa: unidos somos fuertes, débiles si nos separamos.
Por otra parte, la Esperanza nos urge desde dentro para que no dejemos que se interrumpa lo comenzado. No fue mucho, pero fue bastante como para convencernos de que por ahí va el camino del nuevo Paraguay.
Todo esto avalado por todos los que dieron sus vidas durante la dictadura por esta causa, los que fueron torturados y resistieron convencidos de que otros tomaría el relevo y realizarían sus sueños. No podemos defraudarlos.
Otro argumento es el de la juventud que viene detrás. Tienen el derecho a exigirnos que no le cerremos la puerta que abrimos el 20 de abril del 2.008.
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