La ida del presidente del Paraguay a la canonización de los dos papas me
ha inspirado este artículo que escribo con todo respeto, pero también con toda
libertad de conciencia.
En cuanto ser humano tiene toda la libertad de asistir a esta
ceremonia. Pero, como
Presidente de un país donde el sistema socio económico que él lleva está
haciendo más pobres a los ya empobrecidos, esta ida suena a propaganda. Y la
religión no puede legitimar a un sistema de esta índole.
¿Fundamento para este comentario?
Toda religión es eminentemente una utopía. Y toda utopía tiene
como tres notas que marcan su autenticidad.
Primera, es una crítica a lo ya existente. Segunda, tiene una
propuesta para un futuro
mejor. Tercera, no se contenta con mantener lo que ya tiene.
Unan las tres notas y verán por qué la utopía ha sido el motor
del avance de la
historia. Por eso en la utopía reside una fuente constante de
esperanza.
Hablemos del Paraguay.
Vivimos en una situación en la que el empobrecimiento crece, el
hambre se hace notar, indígenas y campesinos son empujados fuera de sus tierras
hacia la mendicidad en las ciudades, la juventud frustrada cada día tiene menos
futuro.
Y en contraste con todo esto, el puñado de enriquecidos, dicen
que son 165 personas multimillonarias, acumulan el poder. Y ellos y sus
servidores se hunden en la corrupción.
El 26 de marzo la ciudadanía presentó los rasgos de la utopía que quiere. El
Paraguay es soberano y no se lleva al remate de una subasta. La sobrevivencia
de un campesinado libre se apoya
en una Reforma Agraria Integral. Al cultivo de la soja hay que ponerle fronteras e
imponerle grandes impuestos. La canasta familiar tiene que estar al alcance
todas las familias. No queremos presos políticos.
La ida presidencial al Vaticano no puede
legitimar lo negativo que hay en el Paraguay.
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