Me van a permitir que comparta
con Uds. un aniversario para mí muy importante.
El dos de abril de 1964, celebración
de mi santo ara, llegué por vez primera al Paraguay. Hace cincuenta años.
Fue una tarde de gran lluvia sobre
Asunción. “Parece que el cielo echaba agua con
una manguera de los bomberos”, dije
admirado.
Llegaba al Paraguay sin saber casi nada del país. Aquel día fue como mi segundo nacimiento. Y, como en
todos los nacimientos, “el niño”,
tenía entonces 36 años, abría los ojos, miraba
y escuchaba.
Fue el mejor mérito que tuve entonces. Todo era nuevo y de todo aprendía.
Desde mi
trabajo en el colegio de
Cristo Rey y profesor en la Universidad Católica, escuchaba de todo. Lo más
que llegaba a decir era “Lo que me dices lo voy a pensar esta noche con la almohada
y mañana te lo comento”. Al día siguiente lo comentábamos. “Me parece que en un
60% estoy de acuerdo”. Y todo eso entraba desde entonces en mi conocimiento
adquirido.
Al cabo de un año aprendí tanto de aquellos jóvenes que ya era
yo quien les decía cosas nuevas y ellos los que me decían que necesitaban
tiempo para aceptarlas o no.
Nunca agradeceré lo suficiente lo mucho que aprendí de aquellos
profesores de 17 o 20 años.
Y con aquel aprendizaje comenzó
mi vida en el Paraguay. Cinco años después fue mi vida como ciudadano Paraguayo. Y dos
meses después mi vida como
exiliado paraguayo que duró
27 años. Demasiado.
Una cosa es clara, hace cincuenta años yo nací a una cultura, a
un Pueblo, a una opción de vida
y de personas que,
a pesar haber pasado tanto tiempo, no desaparece sino que cada día va creciendo
y la quiero más.
Perdonen que les haya quitado dos minutos con estos recuerdos.
Pero, tenía necesidad de decirlo a mis amigos y compañeros.
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