Son las diez menos cuarto de la noche del
martes 15 y escribo este artículo cuando he llegado del penal de Tacumbú, donde
he estado con el senador Wagner
y el Padre Pedro Velasco.
Allí
hablamos una hora con Rubén Villalba, mientras
llegaba la comida que el
senador le había encargado. Después de 58
días sin comer, hoy desde la mañana solamente había tomado líquido. En el
traslado a su valle, no cumplieron con las
indicaciones alimentarias de la nutricionista. La sopa de pescado que le dio el senador Wagner le supo a
gloria.
Esta es una página histórica que, ojalá,
pronto esté resuelta.
Por la mañana tuvimos la gran alegría de que
los cinco presos, que cesaron los 58 días de huelga de hambre, conseguido el
arresto domiciliario en sus casas. Iban felices con sus familiares, aunque con
la debilidad orgánica de tantos días sin comer.
Por la tarde, recibimos la triste noticia. A uno de
ellos, Rubén Villalba,
lo devolvían al penal de Tacumbú acusado de otro juicio que había estado seis
años dormido y olvidado por los jueces y que no
había tenido ni audiencia preliminar.
Desapareció la alegría que teníamos, después
de tantos meses de lucha por estos campesinos de Curuguaty.
Al anochecer, 18 horas, nos reunimos 400
personas delante de la Catedral para improvisar una marcha de protesta
por la ciudad.
El lema era, repetido mil veces, “No estamos
todos, falta Rubén”.
Recorrimos Asunción y terminamos en el Panteón
de los Héroes. Allí, con micrófono abierto, todo el que quiso expresó su
indignación.
Lo sucedido era un golpe de nuestras
autoridades del Poder Judicial. Nos quisieron romper la alegría, porque un
Pueblo con ella tiene fuerzas para luchar por la Justicia. No lo han
conseguido, pero nos golpearon fuerte.
Eso será leído el Jueves Santo. Es la lectura
viva este año del sufrimiento de Jesús en sus hermanos.
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