En el ejercicio de la Política aparecen como dos metas.
Una es el Bien Común para servicio de la Patria.
La segunda pone como meta
el de ocupar un puesto de poder. Se
supone que sería para lo primero, pero en realidad es para desde allí satisfacer el ego de poder o la ambición de plata.
Pregunté en una entrevista sobre
cual de las dos metas es la
más frecuente. Y la respuesta fue una triste sonrisa. Desgraciadamente, la segunda.
Pero, vamos a reflexionar más sobre las
dos metas desde dos dimensiones distintas. La individual y la colectiva. Desde
la persona en solitario o desde la
organización de individuos.
Como persona aspirar al Bien Común en
Política sería lo normal. Es lo que expresan en el juramento de investidura.
Inclusive se completa con la frase que, en la práctica, poco efecto
tiene: “si no lo cumpliera que Dios y la Patria me lo demanden”.
Con el Bien Común, se manifiesta en
nosotros el ciudadano.
Si la ambición de plata predomina, entonces nos convertimos en clientes de un sistema. Y,
cuando reina la impunidad, en este cambio destructivo de personalidad nos
confundimos y todo esto se reproduce a gran escala numérica
y en diversas escalas
del poder.
Curiosamente, lo mismo nos ocurre cuando nos unimos en grupos, movimientos o partidos. Aunque de un modo más
complicado.
El caso peor es cuando en una
colectividad corrompida abundan mayoritariamente los clientes. Todos van a una y ella se convierte en un instrumento
de total degeneración política (politiquería). Los
miembros honestos, que siempre los hay, quedan arrinconados.
Se da otra variante menos grave, pero de
efectos muy parecidos que se repite mucho. Se adueñó de la cúspide del poder un grupo clientelístico. Y en ella se mantienen por años.
Apliquen esto a las
elecciones municipales y comprenderemos lo que nos están
ocurriendo.
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