He vivido en el Paraguay tiempos, como
los días del Marzo paraguayo, en el que grandes sectores de la población
vivíamos entusiasmados por un futuro mejor.
Pero, ahora, muchos parecen cansados y sin ganas de luchar.
No encuentran motivos para luchar por una sociedad mejor y se defienden como pueden del desencanto. Un sentimiento de
impotencia y desengaño parece atravesar el alma de la sociedad. Las nuevas generaciones están aprendiendo
a vivir sin futuro. Y,
cada vez son más los que viven sin un mañana.
“Y, cuidado, porque el ser humano no
puede vivir sin esperanza. “Somos viajeros que andamos buscando algo que no tenemos”. Nuestra vida es siempre expectación. Y
cuando la esperanza se apaga en nosotros, nos detenemos, nos destruimos, sin
esperanza dejamos de ser humanos”.
He editado y citado todo esto de José Antonio Pagola.
Y, ahora, pongo mi parte.
Mal debemos de andar cuando habiendo
tantos millares de cosas que hacer en bien de la humanidad cercana o lejana,
nos empeñamos en decir que no sabemos o no nos importa qué hacer que valga la pena.
Fijémonos concretamente en el Paraguay.
Nos están llevando a donde no queremos. ¿Por qué esto no nos hace hervir
la sangre?
A nuestro alrededor nuestros hermanos
están desnutridos, sin trabajo, mal vestidos y habitando en cuevas de plástico
negro. ¿Por qué no soñamos en darles una mejora en su dolor y extrema pobreza? La juventud siempre ha sido rebelde. ¿Ahora?
Dos partidos políticos se han hecho los
dueños del Paraguay y, separados o en alianza, con la
plata que robaron al Estado nos conservan en la pobreza para así podernos
comprar más barato. ¿Por qué aguantamos tanto?
Por una resolución inhumana el
intendente está privando a los
inundados de los derechos esenciales: agua, baños, transporte, techo, paredes,
comida.
Nada de esto es lo que nos dijo el Papa.
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