En tiempos de Jesús
entrar en el Reino de Dios era salir del
estilo de vida que imponían el Emperador Tiberio, la familia de Herodes y
los ricos de Galilea. En este sentido Jesús no buscaba sólo la conversión
personal sino quería introducir un
nuevo comportamiento social, político, económico etc.. que no deshumanizara y en el que,
poco a poco, descubriríamos a Dios.
Y este es el sentido
profundamente revolucionario del cristianismo. Enfrenta colectivamente las
injusticias del sistema reinante y se compromete a luchar contra toda deshumanización de un
sistema que destruya al ser humano.
Antiguamente se
enfrentaron el Imperio Romano y ese modo
de vivir que proponía un humilde carpintero galileo. Y en cada período
histórico esto se repitió una y otra vez. El resultado fue dispar. Inclusive,
en algunas etapas, el cristianismo fue tocado, como una ave en el ala, y a
veces le resultaba difícil volar. Era
perseguido o se corrompía en la cabeza o en sus miembros.
Pero, siempre siguió adelante abriendo caminos de humanidad. Por supuesto que
este itinerario no fue exclusivo de los creyentes de Cristo, también lo
vivieron millones de hombres y mujeres de buena voluntad.
Modernamente tenemos un
sistema capitalista neoliberal que nos
explota, esclaviza y destruye. Ahora está en crisis, pero no ha muerto
Dios nos impulsa a salir de este sistema de
muerte, para estar más cerca de Reino. Y
poco a poco nos damos cuenta de lo que no queremos ya y de donde vamos
saliendo. Será mejor lo que venga, pero ignoramos cómo será. Esta es la incertidumbre y la seguridad de la Fe.
Y esta es la lucha entre
el Bien y el mal que nos toca tener. Y,
en ella, estará siempre Dios a nuestro lado dándonos fuerzas y confiando en
nuestra colaboración. Y nosotros en la suya.
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