Ante todo me sentí más
unido a los países del mundo entero. Seres humanos como nosotros de los que
conocemos algunos de sus problemas y muchas de sus aspiraciones. Era como tener
la madre tierra en la mano y recordar y
reflexionar. Era gozar cuando algunos de estos países pequeños lograban una medalla d e oro, plata
o bronce ante otros que aparecen gigantes ante ellos. El David, aunque fuera en
un juego, vencía al Goliat y esto sienta bien. Nos iguala y aumenta nuestra
estima hacia los que pasan desapercibidos.
Por eso, para mí al
menos, el punto culminante fue cuando el Comité Olímpico, en la grandiosa
fiesta de clausura, entregaba la medalla
de oro del maratón, la prueba grande que dio sentido a las olimpíadas, a un
corredor de Uganda , por cierto la única a que consiguió su país, y la de plata
y bronce a dos de Kenya. Recibieron los honores más importantes ante el
auditorio más extenso del mundo.
Como educador valoro
los muchos sacrificios durante años que supuso el que trabajaran por
tener la marca necesaria y mucho más el que ésta fuera grande como para ganar
las medallas. Ayer hablaba en clase con los jóvenes del Bañado Sur y todo esto
les impactó. Eran del tercero de bachillerado y el año próximo quieren entrar
en la Universidad Nacional en competencia con otros compañeros de colegios
privados mucho mejor preparados. Y
algunos los consiguen, pero cuanto
sacrificio significa eso arrancando desde tan abajo por el abandono de las
autoridades educativas.
No queda más espacio. Le dejo otros comentarios al lector.
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