Tenemos por delante un largo período de historia en la que vamos
a tener que ejercitar la desobediencia civil.
El sistema capitalista que sufrimos va a permitirnos ciertos cambios
pequeños y pasajeros, pero de ningún modo va a querer cambios estructurales,
que son los que verdaderamente necesitamos.
Pongo el ejemplo de la lucha contra la pobreza. Podremos
dar víveres y abrigo a los necesitados. Inclusive, nos animará el Estado a
ello. Pero, de ningún modo,
va a permitir que se pongan impuestos a la soja para que los pobres tengan
atención sanitaria y medicamentos
gratuitos. Un gobierno
aliado a los sojeros prefiere el
bien de estos a la opción
preferencial a los pobres.
Esta actitud del sistema capitalista a través del gobierno de
turno, nos va a forzar a la
desobediencia civil.
A desobedecer directamente leyes concretas que sean injustas.
También, indirectamente, a lograr metas necesarias
para el pueblo desobedeciendo
leyes, en sí justas, como
modo de presión.
Y, en ambos casos, la maquinaria del sistema nos dará cárcel o
garrotazos de la FOPE.
Recuerden la lucha de Gandhi
por la independencia de la India o de Martin Luther King contra la
discriminación de las personas de color. Nuestra lucha es por un Paraguay con
justicia.
Afirmando todo lo anterior, también afirmo que no se debe
confundir la presión ejercida por la desobediencia civil al uso sistemático y
único de la violencia para lograr estas metas.
La violencia sistemáticamente usada sólo produce una espiral de
violencia que acaba ahogando al que la hace y obligándolo a renunciar a ella,
después de haber causado muchos sufrimientos y pocos resultados. Vean los casos de Irlanda del Norte o
del País Vasco.
Cuando sea necesaria tendremos que hacer la desobediencia civil,
pero ésta es no violenta.
Modernamente la violencia en lugar de ser partera de Historia se
convierte en aborto de ella. Respeto a los que tienen aquella opinión, pero me
opongo a ella.
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