Antes yo le decía a Dios con el corazón muchas veces al día que
le quería y me sentía en paz. Luego,
comprendí que la fuerza de ese dicho valía poco. Tenía los límites de la aspiración de un ser humano muy limitado.
Ahora desde el corazón me sale el decirle “Dios me cuida y a todos”.
Y eso me da una paz enorme, con alegría, seguridad, libertad y plenitud.
Pero, comencemos desde el principio.
Siempre supe que Dios actuaba en el mundo. Pero, ahora voy
intuyendo un poco más cómo lo realiza.
No como una tormenta que todo lo anega, tampoco como un trueno
sobre la cabeza, que nos estremece. Y
los milagros son excepciones excepcionalísimas. Actúa, diríamos, en silencio
con un profundo respeto.
Tampoco actúa desde fuera. Como un forastero que nos visita. En ese
karaku interno que me da vida y conciencia, allí ya está Dios actuando.
Jesús nos lo recordó cuando habló de la levadura. Desde
dentro actúa y transforma todo.
Y sus contemporáneos comprendían que esta actuación de Dios no era
para hacernos más dioses sino para que crezcamos más en ser más humanos. O sea para que
seamos más intensamente aquello
para lo que nos creó.
Y esta actuación de Dios es universal. No se fija en etiquetas
de religión, raza o conducta. Dios no es católico, ni paraguayo, ni blanco ni de los buenos. Es de
todos. A todos cuida. A todos quiere.
Y desde todos estos adjuntos es de donde me brota la inspiración
que me llena: “Dios me cuida y a todos”
Ahora viene lo más interesante.
Dios nos cuida a todos. Y no sólo eso. Nos compromete en el
sentido de su actuación.
Dicho con claridad: nos encomienda la tarea de cuidar respetuosamente,
desde la vida, sin
discriminaciones, de todos
los seres humanos, lejanos o cercanos.
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