Todos los años cuando llega el 31 de julio, santo ara de Ignacio de Loyola,
dedico el artículo a este gran hombre, al que debo haber tenido un camino en la vida, para mí el
más inspirador en mi seguimiento de Jesús. Y en Jesús está la presencia cercana
y entrañable de Dios.
Siempre me ha emocionado, al leer la vida de Ignacio, su
decisión en seguir adelante a pesar de las dificultades que le salieron al
paso, desde aquellos momentos en que descubrió a Jesús y se propuso seguirlo
hasta las últimas consecuencias.
No es que yo haya sido en esto un gran discípulo suyo, quizás
el peor, pero intentando
imitarle en lo poco que
hice, siento que la vida valió la pena.
“¡Qué mal anda el Paraguay, lo estamos destrozando!”, pero eso
no me hace decaer. Todo lo contrario, me llena de esperanza. Y me crezco en la lucha. Un regalo que
Ignacio, alguna vez me hizo, y que lo conservo como su rica herencia.
Un amigo,
Chirico, está a punto de
perder la vida por estar en una
huelga de hambre, al no tener otro
modo de defender lo que en conciencia cree que es justo. Otros están presos y
son inocentes. Varios miles de personas inundadas están sufriendo demasiado por
el abandono de quienes debieran como gobernantes de ayudarles. Inclusive los
quieren llevar lejos, como objetos inútiles porque son pobres. Donde vivió
Jesús, mis hermanos mayores judíos están destrozando centenares de vidas. Y no
hay nadie que los pare.
Todos los días aparecen en
Asunción indígenas o campesinos huyendo del hambre, de la soja, expulsados de
sus tierras.
Como un compañero de Ignacio, el fiel seguidor del Dios de
Jesús, reacciono por ellos soñando y haciendo campañas, luchas, planes,
denuncias y grupos,
que podamos con alegría y
defender la humanidad destrozada en tantos hermanos lejanos o cercanos.
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