Citábamos en un artículo esta frase del obispo
mexicano Raúl Vera: “El crimen organizado ayuda al control de la sociedad
y por eso es socio de la clase política. Ellos han conseguido que el Pueblo no
se organice ni crezca”. Y, más adelante, destaca la íntima relación
de los carteles y las estructuras políticas, financieras y
judiciales del estado, “al punto que es imposible saber dónde comienza
uno y acaba el otro”
En el Paraguay caca día aumenta con nuevos hechos la represión. La policía,
la GEO, en el norte los militares, en todo el país jueces y fiscales allanan.
Imputan a militantes, impugnan a abogados, golpean y meten miedo con balines de
goma, queman viviendas y cultivos de los campesinos etc.
En las estancias o campos de soja los matones contratados por
los dueños hacen lo mismo hacen casi lo mismo o peor.
Y muchas veces aparecen mezclados. “Es
imposible saber donde comienza uno y acaba el otro” (Obispo Raúl Vera).
Y comienza a hablarse del terrorismo del Estado aliado con otras fuerzas.
¿Por qué ocurre esto en el Paraguay?
Porque ante la ausencia de una política con sentido social el Pueblo abre
los ojos, se manifiesta, invade campos, toma municipalidades, grita, se reúne,
hace escraches, etc…
Y todo esto turba igualmente al Gobierno y a Los dueños del 80% de las
tierras. Y, por separados o juntos, hacen todo lo posible para
aquietar al pueblo, someterlo, amansarlo.
¿Nos vamos acercando a México?
¿Imposible detener este espiral de violencia desde arriba que hace sufrir
abajo a las víctimas de una política carente de sentido social?
En absoluto.
En tiempos de Lugo, el Pueblo con unas pocas medidas, algunas débiles por
la total oposición del Legislativo, el Pueblo pobre paraguayo se sintió
acompañado y comenzó a vivir mejor.
Pero todo eso se ha perdido.
Y, ahora, caminamos en otro rumbo.
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