El seguimiento de Dios según cómo Jesús
nos habla de Él, no es una obligación bajo pena de juicio condenatorio,
castigo o cosas semejantes.
El teólogo Pagola lo dice, muy
sencillamente, hablando de la conducta de Jesús.
“No imponía nada, no presionaba a nadie.
Anunciaba la Buena Noticia de Dios, despertaba la confianza en el Padre,
quitaba los miedos encendía la alegría y los deseos de Dios. A todos
llegaba su invitación, sobre todo a los más necesitados de esperanza”.
Y, todo esto sabiendo realísticamente
que a muchos no les iba a importar esta invitación. En aquel tiempo y, quizás,
más en nuestro tiempo, por todos los atractivos que se nos presentan.
También porque no se nos ayuda a llegar al Dios verdadero sino a una
simplificación y caricatura parcial de ÉL. Añado, además el mal ejemplo de
quienes se creen los profesionales de la religión. Existe simbólicamente como
una sordera creciente y una muralla más alta contra todo aquello que pueda
transformar de raíz nuestra vida.
¿Qué hacer en estas condiciones?
Primero convencernos de que Dios
hablando al corazón de cada uno es más fuerte que todo el entorno negativo que
nos rodea. Segundo, quitar de en medio aquellas acciones o ejemplos negativos
que hacen huir a las personas. Tercero, “crear espacios y
facilitar experiencias donde las personas puedan escuchar de manera
natural y sencilla, transparente y gozosa, la invitación de Dios que expresa
el Evangelio de Jesús”.
Pero, ¿lleva algún riesgo el
no aceptar la invitación de Dios?
Una pregunta muy importante.
Aceptar la invitación de Dios es llegar a la plenitud humana para la que
fuimos creados. Rechazarla es reducir de un modo u otro esta plenitud. Somos
buscadores de felicidad. La desgracia es saciarnos con algunas gotas de su
agua, cuando tenemos a mano el manantial de ella. Y, aun entonces, Dios siempre
está intentando llegar hasta nosotros.
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