Un grano de trigo y una piedra del mismo
tamaño parecerían ser dos cosas iguales. Jesús, como buen campesino de Galilea
los sabía distinguir bien.
Y, cuando nos habló del grano de trigo como modelo del fruto que sus seguidores
debían de dar, nos estaba dando una lección profunda de vida.
El grano de trigo necesita dos cosas
para dar como fruto en una planta con espigas, cada una de las cuales
multiplicará por cincuenta o por cien al grano.
El trabajo duro del
ser humano que, inclinado sobre el suelo, lo siembra abriendo la tierra y
depositándolo en el tiempo oportuno para que las lluvias lleguen a él.
La bendición de Dios que, genéticamente
hablando, coloque en su interior ese germen de vida como dormido, que espera las condiciones necesarias para fructificar.
Con esos sencillos elementos Jesús nos
enseñó el secreto para que la obra de solidaridad, de enseñanza, de compromiso
cristiano dé fruto y fruto abundante.
Comencemos en lo que nos toca a todos (hombres o mujeres, adultos o pequeños). Figurémonos, por
ejemplo, en el trabajo de
solidaridad que vamos a hacer. Tenemos que fijarlo, ver si lo sabemos hacer y si tenemos fuerzas individuales o en
grupo. Luego, hemos de comprometernos en serio para realizarlo con constancia, con ánimo, con alegría.
Todo eso es necesario, pero no basta.
Por ser hombre o mujer de FE, el cristiano confía en
Dios. Está unido a Él por la oración que da Vida de modo que cuanto más cerca esté de Dios, el resultado de su acción será mayor. Un ejemplo de todo esto lo
tenemos en las maravillas de las vidas de los santos.
Las dos cosas son necesarias. Y cuidado
con el engaño de los que diciendo tener mucha Fe, se quedan en puro
espiritualismo y nunca en nada se comprometen.
Al no colaborar humanamente con Dios, son
estériles.
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