lunes, 30 de marzo de 2015

LA PALABRA CLAVE DEL CRISTIANISMO


La palabra que  lo resume y lo convierte en palanca de cambio en el mundo es el verbo amar en todos  sus tiempos gramaticales y en toda su fuerza vital.
Cuando el cristianismo amanecía en el siglo primero, aquellas comunidades no salían de su asombro y exclamaban “¡Cuánto nos amó Dios que nos envió a vivir entre nosotros a Jesús!”.
Expresaban  la admiración ante la realidad. Y se formaron comunidades alrededor de la persona de Jesús, presencia  de Dios, el mayor tesoro.
Desde entonces  se esforzaron aquellos hombres y mujeres en amar a un Dios tan cercano y generoso pero, sobre todo, en recibir su amor que les daba sentido al quehacer de cada día, que cambiaba sus vidas que era una fuerza expansiva que no podían ocultar y  que la expresaban con palabras  y solidaridad  a todos los que  la quisieran recibir.
De ese amor que Dios nos tiene, injertado en millares de comunidades cristianas pequeñas y esparcidas por todo el Imperio Romano, unidas alrededor del Obispo de Roma, sucesor de Pedro, se fue modelando los que llamamos Iglesia Católica.
Luego, los llamados bárbaros invadieron el imperio. Algunos pensaron que se venía el fin de la historia. Pero, aquellos pueblos fuertes captaron también el karakú del cristianismo.
Dejo para luego   la historia de la Iglesia. Hoy, sólo, digo que con el paso de los años llegamos a estos tiempos, preludios de una nueva época, que va a ser muy distinta de los restos del período neolítico que todavía conservamos.
 Período de crisis, que significa no precisamente de desastre, sino de novedades tan grandes que nos veremos obligados a revisar todo. Absolutamente todo.
Aquí entramos en un período de creación, de encarnación de la Fe de Jesús en   tiempos nuevos, que durarán siglos.  Es convalidar una herencia maravillosa, buscando las formas más aptas para ser vivida hoy.


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