Buena persona es aquella que cumple
los mandamientos de Dios
“No mates, no robes, no mientas, honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo”. Y, ciertamente esta persona va al cielo. Pero, el cristiano ( y no me refiero a lo
jurídico ni sacramental de estar bautizado) es otra cosa.
Cuentan el evangelio que una persona que
cumplía todos estos mandamientos le pidió a Jesús le dijera que más podría ser y hacer. Y Jesús le respondió
que lo siguiera como lo habían hecho Pedro,
Juan, Santiago, Tomás…
Pero, seguir a Jesús no es simplemente estar con Él, sino luchar
también por su causa. Esto significa
poner su vida al servicio de los que no tienen sus
necesidades básicas resueltas (vivienda, salud, educación y trabajo).
Todo lo cual exige, por un lado, que el mismo Pueblo descubra
su dignidad y actué según su conciencia. Pero, por otro, romper las estructuras
de dominación que siguen fabricando
pobres y miserables. También, la lucha para que la sociedad civil se una para
que todo esto sea posible. Y para todo esto hacen falta hombres y mujeres consagrados a la gran causa
del Reino de Dios. A eso llamamos cristianos, los
verdaderos seguidores de Jesús.
Personas muy unidas a Dios y muy comprometidas con el Pueblo. Es pocas
palabras, ser como sería Jesús si viviera ahora.
A aquella persona, que era rica, Jesús le pidió que fuera
pobre. O sea, que pusiera su persona y sus bienes al servicio de los que
nada tienen. Lamentablemente y en uso de su libertad, no se atrevió a tanto. No
fue cristiano.
Estamos tocando el karakú de nuestra religión
cristiana.
Aquello que le da su fuerza en la
sociedad. Lo que la convierte en
un verdadero agente para cambiar
este mundo en otro mejor.
Y esto es el Reino de Dios.
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