martes, 7 de abril de 2015

RESUCITÓ Y RESUCITAREMOS




Esta es una de las realidades más grandes de nuestra Fe cristiana.
Nos contagia una alegría y esperanza que, inclusive, impregna lo que decimos cuando tenemos que denunciar la corrupción o la  violencia   o el enriquecimiento ilícito.
Y esta alegría y esperanza es como  la nota distintiva de aquellos que seguimos a Jesús y nos dedicamos a luchar por su Reino de Paz y de Justicia, de Amor y de Igualdad. Algo verdaderamente subversivo que llegó a  todo el Imperio Romano y a lo que vino después de nuevos pueblos, con costumbres muy distintas, pero que se unieron al seguimiento de Jesús.
Y el  karakú de esta alegría es que  a la persona  que los poderes del mundo crucificaron y quisieron que desapareciera para siempre, Dios lo sacó de la muerte y lo resucitó, como primicia de cada uno de nosotros, cuando acabemos la vida terrena.
Y nuestro deber de contagiar esta alegría de la resurrección no es imponerla ni enseñarla como una doctrina.  Es comunicarla en libertad a los que nos rodean, para que ella misma con su propia alegre realidad llene la vida  de quienes la queremos  recibir.
La resurrección tiene un tiempo histórico para cada uno de nosotros.  Es el momento en que, agotadas  nuestras fuerzas,  el cuerpo se rompe y queda  en libertad nuestra persona. Cuando en esa habitación, donde sucede la muerte y nuestros  seres queridos lloran, como que se abre la puerta del  más allá y Dios nos recibe en la plenitud de la Vida con infinito amor.
Aquí viene muy bien repetir  aquellas palabras de San  Pablo “Uds,  no lloren como los paganos que se desesperan con la  muerte”- Para el creyente no es el fin de todo, sino el comienzo de la verdadera Vida.
Resumen: que vamos a resucitar después de esta vida en la tierra, no da ánimos para vivirla aquí con más intensidad.

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