Ayer daba gracias a
Dios por la Vida. Nada vale más que ella y una vida larga es una bendición, que
siempre deseo para todos. Y hay que ser agradecidos y compartir este bien.
Hoy, cuando comienza
un nuevo período de mi
vida, que podríamos titular los “últimos años”, que pueden ser muchos o
pocos, pues es Dios el que tiene la fecha de su llamada, vuelvo a
repetir que “nada vale
más que la Vida”.
Por eso, mirando hacia delante tengo que estar en ella y librarme de aquello que pueda desperdiciarla.
La Vida es la moneda
más grandiosa que tenemos. Y todo lo que hacemos, compramos, planificamos,
soñamos, alcanzamos o rechazamos, se va a
pagar con tiempo de Vida.
Por eso, lo primero
que pido a Dios es saber vivir este tiempo vital. Eso no significa trabajar lo más que pueda, hasta
reventarme. Tampoco descansar lo más que pueda hasta aburrirme. Y mucho
menos es
preocuparme excesivamente en cuidarla y volverme narcisista.
Significa crecer
personalmente en Humanidad.
Significa defender a todo el que es herido en Humanidad. Un caso asunceno son
los crucificados que llevan ciento y seis días
así por culpa de un
Ministro de Trabajo y un diputado empresario ávido de plata. Significa
luchar para expandir, hacer
crecer y triunfar lo más posible toda causa verdaderamente humana.
Sí, con la ayuda de
Dios, logro emplear de este modo la vida que me resta,
habrá sido una vida plena. Habré hecho lo que tenía que hacer. No soy por ello digno de ninguna mención especial. Pero, será la Vida más alegre y esperanzadora hacia ese otro estadio de VIDA, con
mayúscula, al que todos estamos destinados.
Y, todo esto solo no podré lograrlo, por lo que pido humildemente la ayuda y el
apoyo y la corrección de los que me rodeen.
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