Desearía que leyeran estas letras teniendo como telón de fondo la canción de
Mercedes Sosa “Gracias a la vida”. Y dedico ambas, artículo y canción, a todas las personas que pasaron
los ochenta.
Ochenta años y más significan como un
achicamiento del cuerpo. No en su volumen, pero sí en su calidad de partes. Cada una de ella da señales de desgaste
y cansancio y suele protestar reclamando algún
especial cuidado.
Ochenta años y más significan una
ampliación en el espíritu. Es la sabiduría de la experiencia que de nuestros guaraníes, cuando no había otros estudios. Lastimosamente
este tesoro en muchas personas queda arrinconado, porque la sociedad a esa edad no les da ocasiones de expresarlo.
Ochenta años y más lleva consigo
limitaciones. El ruido y la vida con su torbellino pareciera que nos estorban y
los que nos quieren procuran alejarnos de ellos. Así nos están privando de la
capacidad de reaccionar y toda reacción es señal de que vivimos. Y si vivimos
tenemos que expresarnos e influir y debatir y rechazar o aceptar. Todo eso nos
hace bien y nos sentimos parte de la vida. Por supuesto que también se nos
agudizan los fallos de épocas anteriores. Pero, luchar por dominarnos nunca
debe de cesar. El tenerlos y
el dominarlos es también señal de que vivimos.
Ochenta años y más significan el
convencimiento de que nos iremos un día con la maleta vacía. O mejor dicho, sin
maleta. Y todo se va a quedar
aquí abajo. Lo positivo que
hicimos, nuestras luchas por ayudar a otros y cambiar a la sociedad son
nuestras siembras, darán frutos.
Ochenta años y más significa, sobre
todo, la cercanía a la
gran aventura. Por favor, no tengamos miedo, aunque nunca te hayas acordado de Dios. El siempre se acordó de ti y cuando lo
encuentres te sentirás acogido como una personas conocida y querida.
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