Los judíos del tiempo de Jesús andaban perdidos entre los 620
mandamiento, grandes, pequeños, importantes o secundarios, que tenían que
cumplir para ser observantes.
Nosotros estamos todavía peor. No con centenares de mandados
sino con muchos millares de cosas y personas atractivas,
que todos los días aparecen ante nosotros intentando que las
poseamos.
El desconcierto moderno es asombroso ante esta inmensa cantidad
de posibilidades que dicen darnos la felicidad.
Por eso, la pregunta de aquel día de los
judíos a Jesús es todavía ahora más necesaria de respuesta. “Y, ¿qué es lo
principal?
Por supuesto que ya algunos se la han respondido según sus deseos.
Para unos es la droga o el sexo, para muchísimos es la plata. Para más todavía,
el consumismo.
La respuesta ha dependido de la filosofía que cada uno tenga ante la vida.
Para los creyentes cristianos esta actitud se apoya en una
verdad muy profunda y, al mismo tiempo, muy clara: “Amarás a tu Dios con todo
tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal
y el primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo”
(Jesús en Mateo 22,38).
Y, ¿por qué es el amor el que da sentido y fuerza a toda la vida?
Porque Dios, el punto central del creyente, “es amor”. “Dios consiste en
amar. Dios no sabe, no quiere y no puede hacer otra cosa que amar. Y como consecuencia de esto, la
única actitud verdaderamente humana ante cualquier persona que nos encontremos
en la vida, es amarla” (Pagola).
Y todo esto tiene una gran repercusión en la vida personal, social y aun
política.
Ser cristiano no es sentirse bien o mal, sino amar a los que viven mal,
pensar en los que sufren y reaccionar ante su impotencia. Y con todo esto mostramos
que amamos a Dios.
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