El Papa Francisco se adelantó a todos con aquellas palabras suyas tan
claras, tan emotivas e históricamente tan ciertas, en honor de las
residentas paraguayas de la guerra grande.
Ante el mundo entero presentó la injusticia terrible de aquella
contienda en la que se masacró, en beneficio del imperio británico a un
Pueblo que iba a la cabeza de la América Latina, por el sólo hecho de querer vivir
libre. Alabó el heroísmo de
sus mujeres y propuso que el Premio Nobel fuera concedido a
ellas.
En el Día
de la Mujer Paraguaya,
repito sus palabras y deseo reflexionar sobre este tema.
Vivimos tiempos difíciles. Tiempos en los que la economía y la
política, el poder, están mayoritariamente en manos de hombres que, en los
últimos tiempos, no hemos sabido conducir al Paraguay.
Somos un país inmensamente rico en territorio, en energía, en agua, en
tierra, en independencia alimentaria y, sobre todo, en juventud.
Sin embargo, nos arrastramos en la cola de nuestro continente y ahora nos
ofrecen a la venta del mejor postor. Las autoridades han perdido el
rumbo, engañándonos con un nuevo rumbo que no existe. No queremos ser
comprados como desecho y exigimos que se pongan límites a los que nos van
invadiendo nuestra soberanía.
Es hora ya de hace un párate y de realizar un Cambio radical. Es tiempo
de unirnos todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Y, sobre todo, de que la mujer paraguaya heredera de las residentas de la
guerra grande asuma su papel de salvadora de la Patria.
Otra vez en la Historia es su hora. Esta vez barriendo la podredumbre y
asumiendo su autoridad renovadora.
Pedimos a la mujer de hoy que, en estos momentos, influyan decisivamente
en la Jornada del 26 de marzo. Esta jornada no tiene dueño, es el Pueblo, pero
ellas pueden romper las barreras que nosotros ponemos.
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