Paralelo al inicio de
la época industrial y ante
las condiciones inhumanas de trabajo asalariado comenzaron las protestas. Al
ser consideradas ilegales, las represiones, en algunos momentos, llegaron a la
pena de muerte.
Pronto surgieron los
sindicatos que mejoraron las condiciones laborales, grupos de obreros que se
fueron organizando. De ellos nacieron los sindicatos.
Actualmente estas
ventajas sociales, conseguidas con tanta lucha, han ido desapareciendo. ¿Por
qué?
Ciertamente porque el
sistema capitalista, ha encontrado siempre el modo de salir de sus grandes
crisis. Y ello a costa de
las conquistas laborales.
Paralelamente
también existe como una crisis grande del
sindicalismo que en
muchas ocasiones no
representa a la clase obrera. ¿Causas?
Han reducido su lucha al grupo de los sindicados y abandonaron a los otros, sean
obreros de la economía sumergida o simplemente sin trabajo.
Otras veces, han caído
en una burocracia esteril, llegando a componendas con la patronal.
Finalmente, se convirtieron en fuentes de
poder en los conflictos
laborales. Y este poder ha invadido el
corazón de los que fueron grandes militantes y que ahora eternizan sus períodos de mando, impidiendo que nuevos sindicalistas aporten una responsabilidad nueva para
tiempos nuevos.
Todos estos males
llevan siempre a una misma conclusión. Los grupos de sindicalistas se llaman
“centrales” pero en realidad
debieran de titularse “partes”, pues todos andan divididos. La consecuencia es
la falta de fuerza ante una patronal, cada día está más unida por sus intereses
de clase.
Un militante
sindicalista uruguayo me contaba que así estaban ellos en el
Uruguay en la década del 90 y que, en el 2014, solamente existe una Central Obrera en
donde caben todos porque supieron salir de los males que nosotros todavía
tenemos. La estrechez de horizontes, la burocracia que esteriliza y la
corrupción en el poder.
Actualmente nos llevan
casi veinte años de
adelanto, diferencia que irá aumentando si no somos capaces de cambiar ya.
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