No es mi deseo molestar a nadie. Pero todo ciudadano y, mucho
más, el conjunto de los
ciudadanos de esferas más débiles que ven que nos están llevando a donde no
queremos, tenemos todo el pleno derecho constitucional de libre expresión para
defendernos.
La dictadura metía miedo y nos callaba con las torturas y
desapariciones. Ahora el miedo nos viene por la barrera que nos separa de lo que nos están preparando como
futuro para el Paraguay, que ya se va expresando en leyes, juicios,
impugnaciones, privatizaciones, cierres
de radios comunitarias, privilegios que discriminan y, de vez en cuando, con
algunos asesinatos selectivos (hasta ahora de campesinos) que nunca se averigua
quienes los hicieron.
No queremos un Paraguay en el que el seccionalero sea el que
presida a la asociación
de todas las comisiones vecinales de la zona y el único intermediario para realizar el
deber social que incumbe al
Estado en inundaciones y males colectivos.
Y no lo queremos porque entienden
ese poder no como un servicio
a todo el Pueblo sino como propaganda de su politiquería, ayuda interesada a
sus parientes y correlí y medio de enriquecerse.
El Paraguay en el que soñamos
no se levanta sobre todo esto. Y “todo esto” no es sino un empantanarse que
ojalá no dure otros 35
años como sucedió antes.
Repito lo del comienzo. Nadie se moleste, pero el Reino de Dios
es un Reino de justicia, igualdad, amor, preferencia por los pobres.
Como cristianos, notamos que no nos están llevando por el camino de Jesús. Y, como
ciudadanos, esta nos parece ser la manera más
fuerte para aumentar la brecha existente entre unos pocos que tienen mucho y
una mayoría que cada día tiene menos.
Comprendo que estamos ante una divergencia esencial. Edificar el
Paraguay de arriba para abajo o edificarlo desde las bases del Pueblo hacia
arriba. Personalmente opté por esto último.
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