Cuando pregunto sobre lo que
más falta hace en el Paraguay, la respuesta es la misma: unidad.
Y ciertamente este es un problema de
todos.
Cada partido político siempre está en
peligro de dividirse y, si no lo hace, es porque está de por medio la plata. Socialmente
basta un mal entendimiento para dividir familia, comunidad, empresa o
amistades. Época de crisis en la que no se profundiza mucho, sino que vivimos
de los altibajos de la superficie.
Frente a esta realidad todos los años se
presenta el “hecho” de Caacupé.
Allí nos citamos de todos los colores,
clases sociales, economías y edades. Allí existe un algo superior,
sentido de muy diversas maneras que nos atrae a todos. Comienza con primer día
de la noveno y acaba con el último día de la post novena, con la apoteosis de
la noche del 7 y la mañana del 8.
¿Por qué todo lo referente a
la Virgen de Caacupé nos une tanto?
Ciertamente por algo que vemos en ella, que deseamos
demasiado.
Y ¿por qué entonces y no
todos los días del año? Aunque, para ser exactos, hay que matizar
que nunca la figura de la Virgen de Caacupé desaparece.
La Virgen de Caacupé atrae tanto porque en
la fe o en subconsciente de ella, es alguien que nos acoge en nombre de Dios y
que tiene la figura de la madre, esa mujer casi sagrada en el corazón de todos
los paraguayos y paraguayas.
Y con ello, unido al matiz divino de ser
la madre de Jesús, crece la alegría, la esperanza, emerge lo bueno que llevamos
dentro todos.
La Virgen de Caacupé atrae tanto porque
en el pensamiento colectivo está que, por ser ella tan buena está cercana
a los pobres y, en estos tiempos tan malos todos, en algún aspecto o en muchos,
nos sentimos así.
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