A los cristianos se nos
acusa de vivir al margen de la vida. Por sospechar esto
algunos, muchos, nos abandonan y buscan otros caminos.
También ocurre que cuando
una comunidad cristiana o algunos de los cristianos importantes por su cargo o
por su compromiso con la vida, se comprometen a vivir radicalmente
el Reino de Dios, “felicidad verdadera para todos los habitantes de la Tierra,
sean quienes sean”, las autoridades, sobre todo, los acusan de meterse en
política y de ser contreras o zurdos.
¿En qué quedamos
entonces?
Ciertamente existe en la
sociedad moderna una gran dosis de indiferencia, de egoísmo larvado o
explícito, de un individualismo que encierra a nuestros hombres y
mujeres, en un modo de vivir lejos de todo lo que moleste o de todo aquello que
nos vaya a exigir nuestra presencia para remediarlo.
Por todo esto, quiero dar
hoy mi testimonio, que es ciertamente fuerte: “Hasta que cada uno que
se dice cristianos no viva y no se comprometa y no se
entusiasme por lograr que todos los hombres y mujeres del mundo vivan todos en
condiciones dignas de vida, no puede llamarse cristiano”
De aquí saco dos
consecuencias.
La primera que los
cristianos seremos pocos. Jesús de Nazaret ya lo sabía y no explicó cómo
deberíamos ser levadura que fermentara la masa.
La segunda, que esto de
ser cristiano no nos da el privilegio de ser los únicos comprometidos en
humanizar la vida. Nos vamos a encontrar otros muchos que con otro tipo de
creencias o con ninguna, hacen lo mismo. Y tenemos que unirnos todos
los que siendo diversos tenemos el mismo objetivo en nuestras vidas de hacer
felices humanamente a los demás.
¿Entusiasma el proyecto
de humanizar la vida?
Me parece que para muchos no. Pero, para los que asumimos
este compromiso, experimentamos la alegría de hacer avanzar este mundo con
tantos problemas.
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