Con frecuencia escuchamos
discusiones sobre si la Iglesia debiera de ser más lanzada con declaraciones
públicas denunciando injusticias o, por el contrario, más diplomática y más
prudente.
La respuesta más exacta
es que en cada circunstancia el
discernimiento ha de decir la última palabra.
Sin embargo, siempre desde la orientación a que a acción de la
Iglesia en la historia debe de ser la de Jesús.
Ignacio Ellacuría tiene
ideas muy
acertadas, sobre todo esto.
“La Iglesia no es en
principio una instancia que ha de ejercer su misión política por la vía
diplomática sino que ha de ejercerla más bien por la vida profética de acompañamiento”.
“A través de lo
verdadero y de lo falso, de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto,
etc…Valorados unitariamente desde los que es la fe, como
don recibido y como práctica cotidiana, es como se capta la transcendencia
de lo histórico…”.
“El profetismo de la
denuncia, en el horizonte del Reino de
Dios, traza los caminos que llevan a la Utopía, el “no” del
profetismo, esta negación superadora del profetismo, va generando el “sí”
de la Utopía”. Hasta aquí Ignacio Ellacuría.
Pero, en medio de esos
párrafos tiene una frase que quiero dejar para el final porque muestra la
responsabilidad de este profetismo eclesial.
“Todo lo anterior supone
una conversión y un riesgo de martirizarla, esto es, de hacerla mártir”.
En resumen: la actitud
pública de la Iglesia ante las injusticias del presente, debe de ser
valientemente profética con tal que nazca de un conocimiento objetivo de la
realidad y de un discernimiento desde una fe como don recibido y como práctica
cotidiana.
Y, siempre tiene el
riesgo del martirio. Por eso afirmamos que el mártir cristiano no aparece por
casualidad. Se va haciendo con su profetismo.
Mañana martes el tema del
artículo será “Olvidados, allanados, expulsados”.
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