Pa’i Oliva o la opción por los pobres
Vivió la toma de Sevilla por Franco, expulsado de Paraguay por la dictadura y asistió a fogonazos de la revolución nicaraguense. Vive su compromiso social con una fuerza sorprendente y una fe admirable. Por Jana Brunner.
“Acá hay que bajarse señorita“. El chofer me mira desde su espejo. Es la última parada de la línea 27. A dos cuadras comienza Bañado Sur. Yo no conozco el Bañado. Tal vez porque dicen que es peligroso.
Pa’i Oliva está sentado detrás de su escritorio, estudiando unos papeles. Mira, saluda y sonríe con unas arruguitas en su frente y al lado de sus ojos. En la oficina chiquita en todos lados hay papeles, libros y documentos. De la lámpara de mesa están colgados un loro de madera y una cruz. De muchos colores, bambolean suavemente con el viento del aire acondicionado. Pa’i Oliva tiene una reunión con las mujeres que trabajan para la organización Mil Solidarios, que él y Zoraya Bello dirigen. Hay una pequeña confusión porque alguien dice que algunas personas no valoran suficientemente el trabajo de las mujeres. Pero no dura mucho. El grupo transmite armonía.
“Fui feliz, fui feliz, tuve la suerte de tener una familia armónica, con problemas, pero armónica,” cuenta Pa’i después de la reunión. “Nunca nos pegaron”.
De su vida en España recuerda claramente la guerra civil, o mejor: tiene una memoria nítida sobre un mortal acontecimiento. “De la guerra solamente recuerdo el primer día. Sevilla, dónde vivíamos, fue la primera ciudad que (Francisco) Franco agarró. Este día fue fuerte. En mi calle había un depósito de militares. Llegaron con dinamita para robar las armas. Pero los militares les tendieron una trampa. Les dejaron acercarse, y cuando se acercaron mataron a todos. Yo vi desde el balcón de nuestro departamento. Esto fue un sábado. Hasta el lunes todavía estaban llevando cadáveres. Fue lo único que yo vi de la guerra, lo único y lo más terrible. Los años siguientes sufrimos de hambre, pero la guerra ocurrió en otro lugar, estaba lejos”.
A los trece años quería ser jesuita. Sus padres le dijeron que era muy chico todavía. En este tiempo vinieron unos misioneros al pueblo que trabajaban en Japón. “Me fascinaron, me hicieron comprender totalmente la manera de ser del pueblo japonés, me gustó mucho eso. Decidí ser misionero en Japón”.
No pudo cumplir aquel sueño porque se enfermó. En España, después de estudiar literatura, filosofía y teología, asumió la dirección de una radio educativa. “El dueño era un señor muy rico. Cuando sus trabajadores empezaban a protestar por sus salarios bajos, el señor cerró la radio porque nos culpó de las huelgas a nosotros que queríamos educar a la gente. En este tiempo mi provincia, la provincia Andalucía, ayudaba a Paraguay. Entones decidí venir acá”.
Con sus 86 años, Pa’i Oliva habla con fluidez, como si no tuviera que pensar ni una vez en qué y cómo relatar. Cuando habla de Paraguay repite una frase más y más veces: “Aquí me cambiaron la mentalidad, España estaba muy encerrada. Me abrieron mis ojos, entendí la importancia de la vida y del trabajo social”.
Una pequeña sonrisa juega con la boca del Pa’i, una mueca de picardía: “Me hice paraguayo engañándole al dictador (Stroessner). Él no quería que yo adopte la nacionalidad paraguaya. Lo único que tuvimos que hacer era estudiar las costumbres del fiscal que dio su firma. Fue fácil”.
Nos vamos a su programa de radio. Cada día conduce un programa de una hora en la radio “Fe y Alegria”. Esta vez habla de las inundaciones con un ingeniero. Pregunta si quiero que me haga una pequeña entrevista. Le digo que no hace falta. No soy buena en hablar frente a tantas personas. Al volver a la casa del Pa’i, que también es la casa de la fundación, llegan las mujeres de la cooperativa. Ellas traen el desayuno y el almuerzo. Hoy hay pollo con puré de papas.
Era la primera vez que hablaba con alguien expulsado de un país. Cuando el Pa’i, comiendo primero sus papas y después su pollo, me cuenta lo que recuerda de su expulsión de Paraguay en el tiempo de la dictadura de Stroessner, escucho bien.
Este hombre tiene una vida entera que relatar: “un día, creo que era un sábado, vino la policía, temprano, me llevaron a la fuerza a la comandancia. Me dijeron que me iban a tirar al río. Me metieron en una lancha y me llevaron a Argentina. Pero en Argentina se dieron cuenta y nos detuvieron. El jefe de la policía de Argentina me ofreció un lugar en su casa. La segunda noche vinieron otra vez policías de Paraguay, diciendo que Stroessner había dado permiso para que ingrese otra vez al país. El oficial de la policía argentina no dejó que me llevaran. Me salvó la vida”.
Argentina, entonces, tampoco era un lugar muy seguro para el Pa’i. Justo cuando la iglesia le invitó unos días a Londres, vino un camión de militares a su departamento en Buenos Aires. Una vez más se salvó. Después de pasar un tiempo en Ecuador, lo destinaron a Nicaragua, donde se desarrollaba una revolución: “el sitio donde un Gobierno mejor me ha tratado,” dice el Pa’i. Pero como no se llevaba tan bien con el cardenal de Nicaragua, no recibió la licencia de sacerdote. Tuvo que volver a España.
Cuando terminamos el almuerzo, el Pa’i se pone una gorrita en su cabeza donde ya no crece mucho pelo. Salimos de la casa. Aunque pensábamos que iba a llover está fuerte el sol en esta tarde. Bajamos las escaleras empinadas hacia el Bañado sur. Despacito. Con sus 86 años, el Pa’i, por primera vez, recibe fisioterapia. Le cuesta levantar sus pies. Parecen muy pesados. Sin embargo, da la impresión de que nunca se cansa este hombre, que tiene una energía increíble. Caminamos por las calles de arena, pocas veces algo de empedrado. Hay mucha agua y barro. En todos lados se puede ver y sentir las consecuencias de las inundaciones de este año. Muchos todavía no volvieron al Bañado. Mientras caminamos y sudamos el Pa’i relata un proyecto que pudo realizar en España: “formé un grupo muy bueno. El dinero que gane cada uno lo pone en común. Al final del año cada familia hace un presupuesto que va a necesitar para el año que viene. Así había para todos y todavía sobraba dinero. Esto lo enviaron a Bolivia o a cualquier otro país”.
No quedó mucho tiempo en España. Las ganas de volver a Paraguay no le dejaron en paz. “Normalmente se van los hijos y el papá se queda. Acá se quedaron los hijos y el papá se fue”, sentencia sonriente. “Cuando llegué a Paraguay la gente me trataba como un héroe. Eso era muy aburrido. Quise ir a un sitio donde nunca había ido y hacer algo. Eso era el Bañado”.
Pasamos por una capilla chiquita que era la primera capilla del Pa’i en el Bañado. Me explica que en total ya tenían cinco capillas. Por un lado se ve el Cerro Lambaré, por el otro lado vemos el puente por el cual está pasando un caballo. Al subir, nuestra vista se amplía. Mucha basura, mucha suciedad, mucha agua. Mucha pobreza. Había que cuidarse del tablado en el puente, sobre todo de no pisar donde falta madera. El puente es bastante alto.
De cómo nació Mil Solidarios
El año que llegó a Paraguay, Pa’i Oliva leyó una noticia muy chiquitita: en Indonesia habían dado un premio a una niña que trabajaba en la calle. Esta niña sostenía a toda su familia con el trabajo.
Entonces buscó aportantes. “Si tú me dabas 50.000 guaraníes, tú tenías derechos. Podías votar a quien le dábamos el premio y también podías presentar a un niño o a una niña que te pareciera bien para ganar. El premio dimos a una niña, un niño y un adolescente que trabajaban en la calle. Después me pregunté: “en lugar de darles un premio, ¿por qué no les damos una beca para que estudien?”.
La fundación Mil Solidarios está fundada y financiada por los Vierci, una de las familias más ricas del Paraguay. ¿Por qué los Vierci? Nos cuenta que se conocieron de muy pequeños. A Mil Solidarios en la actuaqlidad asisten unos 600 alumnos y mujeres de la cooperativa. Cada alumno recibe G. 100.000 por mes para que los padres no le obliguen a cumplir un servicio doméstico. El Pa’i también tiene un proyecto para el próximo año: “Los alumnos son casi todos descendientes campesinos, que solo vinieron a la ciudad porque piensan que hay más trabajo y mejor salario. Tenemos una chacra que ellos pueden usar. Queremos enseñarles cómo trabajan los campesinos y también hacerles entender la lucha de los mismos”.
Pasamos por la radio “Solidaridad”, la radio del Bañado Sur. Acá toda la gente trabaja voluntariamente. En frente, unos jóvenes juegan vóley en la calle, ¿o es piki? El Pa’i dice que ahora hay más pobreza en el Bañado, mucho más que cuando él llegó. “La pobreza que hace daño, esta pobreza que mata”. Lejos se escucha el trueno. La lluvia que esperábamos por la tarde estaba por llegar. Refrescante, limpiando las caras de polvo y sudor, pero al mismo tiempo vinculada con el miedo de la subida del Río Paraguay.
Rápido salimos del Bañado. El Pa’i muestra la parada del colectivo. Pregunta riéndose si tengo más preguntas para él.
-¿Qué influyó más en tu vida?
Dos cosas: una es mi fe en Dios, que no es una fe de culto o de ceremonia sino una fe que consiste en que Dios quiere que la gente sea feliz en la tierra. Y la otra cosa es ver la pobreza de la gente. Esto me hizo cambiar, había que cambiar.
-¿Tus pensamientos entonces se unen con la Teología de la Liberación?
Sí, la Teología de la Liberacíon es un análisis de la realidad. Yo hasta hoy vivo esta teología.
Todos cambiamos el mundo, de alguna manera. De maneras muy distintas. Al abordar el colectivo empieza a llover muy fuerte. Ojalá el Pa’í haya llegado a su casa antes de mojarse.
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