El neoliberalismo está lleno de mitos
que nos los quiere convencer.
Los que emplean los agrotóxicos nos
dicen que ellos
van hacer desaparecer el
hambre en el mundo, que cada día la plata transgénica va a necesitar menos
agrotóxicos, que no dañan a la salud y que dan trabajo y no destruyen la naturaleza.
Y la práctica nos enseña todo lo
contrario.
Ellos dan más hambre porque no dan
trabajo y causan muertes o enfermedades muy difíciles de curar, los yuyos que
dañan a las plantas transgénicas adquieren mayores defensas que exigen más
cantidad de agrotóxicos o agrotóxicos nuevos y el suelo con ellos se va degradando.
Y lo mismo sucede con la venta
de los productos de cualquier tipo.
Recuerdo una gran exposición feria del
Paraguay en Asunción, tal vez expresión máxima de las exposiciones de
productos nacionales del libre
comercio, en la que solamente se podía
beber un refresco originario del extranjero.
En los supermercados, otra expresión
máxima del libre comercio, no todos los productos entran sino aquellos que
procediendo de firmas poderosas, logran la exclusiva en su género y expulsan a
los demás.
Y precisamente los que hacen estas
exclusiones son los que más protestan cuando un gobierno con sentido social,
ciertamente no es el nuestro, intenta intervenir para que todo lo que se
produce tenga las mismas oportunidades
de ser vendido y comprado.
Eso de que el libre mercado es el mercado menos libre es, desgraciadamente una realidad en la
práctica.
Y con todo estos mitos los que salimos,
perdiendo somos el Pueblo que queremos
libertad para alimentarnos.
Antes se colonizaba con ejércitos de potencias extranjeras. Luego, Inglaterra lo
hizo con sus bancos. En el
siglo pasado los EE.UU. con su economía y política. Ahora, desde el estómago.
Nos obligan a comer lo que quieren los poderosos y además que sea transgénico.
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