Escribo para nuestros hermanos en la fe, pero estoy
convencido de que los amigos no
creyentes llegarán a la misma lección
final.
Es apasionante este Milenio que está comenzando. Y este
apasionamiento no nace de reflexiones de
escritorio sino del vivir realidades que van
apareciendo.
Terminamos el
siglo XX agobiados de preguntas. La
política, el medio ambiente, el
sistema, la globalización, el Mercado,
la crisis actual.
Ahora estas dudas tienen nombre y territorios
concretos. Y, como están vivas, nos empujan con prisas reales hacia adelante.
Los Bancos con nombres concretos causaron la crisis y los
mismos ahora la agravan exigiendo el pago de las deudas que por su culpa ellos mismos crearon. ¿Por qué los
soportamos?
Ahí está Grecia. Queriendo, pero sin atreverse, a
salir de la zona del euro. En la que fue la
cuna de la política democrática,
se la quiere sustituir por la tecnocracia. ¿Será esta la nueva manera de vivir
la política?.
El barco del neoliberalismo hace agua. Se anuncia su
hundimiento. Pero cuando se hunda, ¿qué?
Llevamos pocos
años de Milenio. Y nos llegan señales
que abortan antes de consolidarse
o, tal vez, caminos nuevos que
comienzan con fuerza, y que pueden ocurrir que no vayan a ninguna parte. Y todo ello en medio de las protestas de los
“indignados”, que ya no aguantamos más, aunque en ocasiones ni sepamos lo que estamos
buscando.
Y todo esto nos
empuja a ser los protagonistas. Y cuado
me dejo cuestionar por la Palabra de Dios, encuentro
que Dios también lo es. Y que mutuamente nos necesitamos, porque el Milenio es el mismo para los
dos.
Y la lección para todos que cada vez aparece con más fuerza. A pesar
de sus iniciativas apasionantes y
contradictorias, el Milenio no encierra ningún fatalismo. Será como querramos
todos mayoritariamente, porque está enteramente en las manos de todos.
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