Es
muy curiosa la historia de la Navidad cristiana.
En el
siglo III los cristianos de Roma quisieron celebrar el cumpleaños de Jesús. Y la fecha
con el paso del tiempo se había perdido.
En
aquel tiempo se tenía en Roma la Fiesta del Sol Naciente, fiesta muy popular ,
celebrada en familia con comidas y regalos. Y a los cristianos se les ocurrió nada
menos que celebrar el Nacimiento de Jesús en ese tiempo.
Pasaron
los años y al crecer el número de los creyentes en Jesús, el Sol naciente pasó
al olvido y fue sustituido por el niño
Jesús nacido en Belén.
Siglos
más tarde Francisco de Asís con sus
pesebres vivientes entre los campesinos le dio un definitivo impulso a la
Navidad. Desde entonces creció el número de villancicos que adquirieron una
gran popularidad en todos los países.
Pero,
ahora se está revirtiendo universalmente
el sentido de la Navidad. No es que haya vuelto el romano Sol naciente, sino
algo más material: el dios plata apoyado en el sistema de Mercado.
La
Navidad se ha convertido en la época punta del consumismo, con ese personaje
grotesco del papa Noel, desgraciada traducción yanqui de San Nicolás, aquel
obispo bueno que traía en la edad media los regalos del Niño Jesús para los
niños.
Los
cristianos queremos celebrar la Navidad de una manera diferente, y en esto pensamos lo mismo que miles de ciudadanos no creyentes. Queremos librarnos de la opresión manipuladora del
Mercado, hacer desaparecer la mala
distribución de la riqueza, disminuir radicalmente el número de pobres del país.
Por
supuesto, sin dejar la alegría y la comida familiar que muestran nuestro mutuo cariño, pero
sabiéndolos compartir.
Y
los creyentes en Jesús sin olvidar el hecho que celebramos: que Dios se vino a
vivir en medio de nosotros encarnado en un pobre, Jesús de Nazaret.
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