En una poesía, que aprendí cuando
niño, decía así: “Se le ha caído un clavel, hoy a la Aurora
del cielo. ¡Qué dichoso que está el
suelo, porque ha caído sobre el!”.
El clavel es el niño Jesús, recién
nacido. La Aurora del cielo, es Dios, el
todopoderoso, el infinito, el creador de la tierra. El suelo son los pobres. Suelo porque es lo más humilde, más olvidado, más
abandonado. Pero que, a partir de hoy, es lo más honroso porque Dios se vino a
vivir en el.
“Los pobres no son ni mejores ni peores
que las demás gentes de la tierra. La diferencia es que son pobres, o sea
personas privadas, injusta e involuntariamente,
de los bienes necesarios para una vida digna. Por eso está Dios al lado de
ellos. Por una cuestión de justicia. Dios jamás negociará los derechos de los
pobres”.
Y
hablando de todo esto, ¿qué ocurriría si se reunieran Efraín, Cartes, Mario,
Lilian y Carrillo y juraran, sobre lo que cada uno tiene como más sagrado, que
en las elecciones de abril del 2.013, sus partidos no iban a comprar ningún
voto, no negociarían más a costa de los pobres?.
Primeramente,
la ciudadanía se quedaría pasmada y los
candidatos presidenciables saldrían
corriendo y gritando a sus compañeros “¡De prisa, a buscarme razones para
convencer a los votantes, que no tengo ningún plan fundamentado!”. Y puede ser
que a alguno le diera un infarto.
Enseguida
como hongos se multiplicarían por doquier
reuniones, y más reuniones, en las que se debatirían los temas que más interesan al Pueblo, y el Pueblo
votaría con dignidad y sin venderse.
Si un marciano viniera al Paraguay
estaría asustado. “¡Este no es el Pueblo pobre vendiendo votos que vi en las
internas de los dos partidos!”.
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