En su última carta del Papa Francisco hay un
párrafo que viene como anillo al dedo a algo que está sucediendo en el
Paraguay.
El 20 de junio debiera de haber comenzado el
juicio oral sobre la Masacre de Curuguaty donde fueron asesinados 17 paraguayos
en los campos de Marina Kue. Once de ellos campesinos y seis policías.
Un juicio muy controvertido, usado por el Senado para
quebrar la democracia cesando al Presidente Fernando Lugo, mediante un
golpe de estado parlamentario. El principal argumento para esto fue la Masacre
de Curuguaty.
Se acusa a los campesinos de invadir propiedad ajena,
de homicidio doloso en grado tentativo y de formar una asociación ilícita para
delinquir.
Las tierras no son privadas sino fiscales, si
fue en grado tentativo no tiene que haber habido muertos. Y cayendo
las dos primeras acusaciones, la tercera no tiene sentido.
Es vox populi que el retraso de la causa por un
mes fue para que los 12 campesinos presos no contaran con el auxilio de
Francisco.
Leamos ahora el párrafo 94 de la carta del Papa:
“El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque «a
los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2)... Esto tiene consecuencias
prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay: «Todo campesino
tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda
establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener
seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su
ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título
de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica, créditos, seguros y comercialización” (Carta
Pastoral de los Obispos Paraguayos, 12-VI-1963).
Nada de eso cumple el actual gobierno del Paraguay con
los campesinos: los abandona, expulsa, reprime, mata y condena a prisión. ¿Qué
dirán los tres poderes del Gobierno paraguayo al visitarnos Francisco?
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