Vivimos en tiempos de
contradicciones, cosas nuevas y grandes dudas.
Dicen que comenzamos
una nueva época que no es como pasar la
página de un libro, sino el buscarse otro.
Las conquistas
ganadas con muchos esfuerzos, por
ejemplo las laborales, una a una van desapareciendo.
Lo que decíamos que
nunca queríamos que se repitiera, se sigue repitiendo impunemente.
Hablo de todo esto, porque
hoy celebramos el santo ára de Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, mi familia religiosa dentro de
la Iglesia Católica.
Y como la considero “mi familia” (por supuesto con otras familias, partiendo de la que dio la
vida, a las que quiero mucho), todos los años quiero dedicarle un artículo en su día.
Y el tema va a
ser de cómo actuar y reaccionar y quedarnos en paz en
medio de las tormentas que nos rodean.
Como nadie Ignacio de
Loyola trabajó y luchó para que existiera y viviera sus ideales la Compañía de Jesús. Pero,
un día le presentaron esta cuestión. ¿Qué haría él si la Compañía de Jesús por la
que tanto había trabajado se disolviera como un puñado de sal echado en el agua?
Su respuesta fue
sencilla. Le bastaría un cuarto d e hora de oración para estar en paz.
Muchas veces me he
preguntado sobre el secreto de esta medida. Tan sencilla y tan eficaz.
Y la mejor respuesta
que me he dado es que
Ignacio de Loyola no era un hombre vacío haciendo muchas cosas. Tampoco, un hombre
lleno de cosas y preso de ellas.
Ignacio de Loyola era
un hombre tozudo por carácter y genética de su patria vasca en todo lo que hacía. Pero, nada de esto le
podía arrebatar la Paz que le daba Dios, lo más íntimo de lo más íntimo de su
persona.
Ojalá, yo el primero,
lo viviéramos.
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