Así desea el teólogo José Antonio Pagola que
seamos conocidos los cristianos
colectivamente en la sociedad.
“Un hombre fue
asaltado por ladrones y luego lo
arrojaron a la cuneta del camino. Pasó un sacerdote del Templo y llevaba prisa.
Pasó un laico fervoroso y tenía prisa. Se
acercaba un samaritano. Pero éste se detuvo, curo sus heridas y lo llevó a una
posada y le pagó la estadía hasta que se curara”.
Pagola insiste: “¿Qué
puede significar hoy en nuestra cultura un palabra magisterial sobre el sexo,
la homosexualidad o la mujer, dicha sin compasión hacia los que sufren?
¿Para qué insistir en la liturgia si el incienso y los cánticos nos impiden ver
el sufrimiento y oír los gritos de los que sufren?
¿Fuimos alguna vez
una Iglesia samaritana?
En XXI siglos estoy convencido que hubieron millones de hombres y mujeres entregados con una gran compasión al servicio
de sus hermanos que sufrían.
Pero el teólogo
Pagola sigue insistiendo. “Pero eso no es suficiente. Hay que trabajar para que
la Iglesia
como tal esté configurada en su
totalidad por los principios de
misericordia y compasión.
La
Iglesia tendría que hacerse notar por ser el lugar donde se puede
vivir la reacción más libre y más audaz ante el sufrimiento que hay en el mundo. Es lo único que puede hacer a la Iglesia más humana y más
creíble”.
Una observación, ¿Ud.
recuerda quien era aquel samaritano compasivo?”.
No se asuste. En
aquella sociedad de Jesús era una persona a la que hoy llamarían un zurdo, un cristiano que no va a misa, un
rebelde contra las injusticias, uno de izquierda que no soporta que el 2% de la
población del Paraguay tenga el 80% de las tierras.
Podía ser todo eso, pero no importa. Amaba a su prójimo,
fue compasivo. Y esto vale mucho más.
Por la compasión se parecía a Dios.
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