El tiempo no se detiene
y de nuevo estamos recordando una tragedia que enlutó a muchas familias y cuyo
desarrollo ante la injusticia que padecemos indignó al Pueblo. Fue un primero de agosto que superó todo lo que
nos podíamos imaginar que pudiera suceder en un supermercado.
Aquel día me tocó
acudir de prisa para atender a las víctimas. Lo que contemplé en la Tropicana ya no necesitaba ayuda sino mucho dolor. Varios centenares de
cuerpos yacían en el suelo, en la
actitud que les tomó la bocanada de aire con fuego. Poco a poco fueron llegando
las autoridades y estuvimos en silencio. No había palabras para expresar lo que
cada uno sentíamos por dentro. Mientras tanto fuera, psicólogos y personas de corazones
valientes intentaban darles consuelo a los familiares. Dos
situaciones bien difíciles y en las que por
nada del mundo desearía verme de nuevo. Demasiado dolor, demasiada impotencia.
No nos podíamos explicar cómo había sucedido toda aquella inmensa desgracia.
Y. luego, los largos años en los que una llamada justicia morosa, corrupta y mezquina
hizo sufrir a todos los familiares de las 400 víctimas. Allí se puso de
manifiesto la injusticia que padecemos y la inutilidad, por no decir malicia,
de un sistema judicial obsoleto y corrompido.
Todavía hoy está el memorial
improvisado con que los familiares
guardan el recuerdo de sus hijos, padres y madres, esposos o esposas que
entraron un día a comprar o a tomar un almuerzo y que ya no salieron más vivos.
Allí vamos hoy a rezar como todos los años , pidiendo consuelo y justicia a Dios.
Desde estas líneas
deseo expresar el sufrimiento de millares de ciudadanos que durante estos
años hemos sido testigos de tanto dolor. También de tanta injusticia al
servicio siempre de los que tienen poder y plata.
Ojalá esto no ocurra
más en el Paraguay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario