Digo a mis contemporáneos y no sólo
a mis amigos, porque esta noticia es para todos.
Y me refiero a ellos en sus diferentes estados anímicos,
laborales, psicológicos. Cada uno con “sus” valores y defectos.
A cada uno quiero decirles que Dios
los quiere.
He estado pensando cómo en esta
diversidad puedo darles esta buena noticia.
Y, he encontrado que la única
manera es acercarme a ellos con amor,
queriéndolos con obras, sin decirles más. Lo que venga después, vendrá solo.
Quererlos, significa sonreírles.
Decirles con mi rostro lo que llevo en el corazón. Por supuesto, acompañado de
todo aquello que es de cada cultura. Un
apretón de manos. Un abrazo. Un saludo en su propia lengua.
Pero, nada de esto sirve, si no va
acompañado de obras. De acuerdo a sus
necesidades, sus sueños.
Los psicólogos llaman a estos
cumplidos empatía; los sociólogos participación; los cristianos compartir.
No tenga prisa ni se apure. No
esperamos respuesta.
En el fondo estamos ofreciendo, en
estos rasgos de amor y de respeto y de solidaridad, el amor que sentimos que
Dios nos tiene.
Y esto repítalo un día y otro y
toda la vida. ¿Tan poca cosa? No se lo crea.
Es maravilloso pero, también, es lo más difícil que hay.
Pero, el día que aquella
persona nos pregunte que por qué amamos así a todos de verdad, bueno, entonces
ábrale el corazón y dígale con humildad que en ese amor nuestro hacia ella,
pequeño y lleno de limitaciones, está Dios amándole.
Y, por favor, no estropee todo
y meta la pata intentando que vaya a su
Iglesia. Ud. no lo amó para eso. Esto no es marketing. Es simplemente amar al
hermano como Dios lo ama. Lo más grande que hay. Y punto.
Lo que venga después es
obra de Dios y de su amigo.
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