Todo lo que ocurre en China tiene
resonancia mundial. Por eso las reformas del Tercer Pleno de 18° Comité
del Partido Comunista Chino han despertado interés, sobre todo porque borraron
algunas herencias maoístas del pasado, que ya eran incómodas.
Proyectan reformar la economía
para hacerla menos dependiente de las inversiones
extranjeras y de las exportaciones. Se integran los servicios urbanos y
campesinos. Los precios del combustible y de la electricidad serán discutidos
según el mercado. Se liberalizarán los tipos de interés. Se
permitirá la participación del capital privado en los proyectos
estatales. También que se establezcan bancos medianos y pequeños.
Habrá que ver cómo todas estas
reformas serán reglamentadas. Y, ojala, no suceda como en Rusia, donde los que
sacaron mayor provecho de su apertura fueron los antiguos dirigentes políticos
y los avivados de siempre.
Dos aspectos me llaman la atención en
esta apertura en China.
Uno, el referente al registro
obligatorio de los campesinos al lugar de su nacimiento, que
les impedía trasladarse con sus familias a las grandes ciudades, con lo
que subían de nivel de vida.
El otro se refiere a la
posibilidad de tener dos
hijos. Con algunas excepciones y multas y castigo para los infractores y para
detener el crecimiento desmesurado, solamente se podía tener un hijo. Lo
cual supuso el abandono y muerte de millones de niñas, el
envejecimiento de la población en general y el mayor número de varones. Muchas de
estas niñas, condenadas a no vivir, han sido dadas estos años a
familias extranjeras para adopción.
Hablando de China siempre me viene a
la memoria nuestro Paraguay. Nosotros no llegamos a siete millones de
habitantes. China alcanza los mil trescientos millones de población. Sus
problemas a resolver son infinitamente mayores que los nuestros. Y
nosotros no somos capaces de ordenar un poco esta casa pequeña en
la que vivimos. ¿Qué nos está pasando?
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