Y el que a Lampedusa, un puerto al sur
de Italia, hayan llegado 300 cadáveres de africanos ahogados
en el Mediterráneo y otros tantos rescatados con vida, no puede dejar
impasibles a Berlín, Roma, Paris, Bruselas y Madrid.
Europa no termina en Lampedusa,
sino que comienza. Y estos ahogados hacen replantear los fundamentos
sobre los que fundaron la
Unión Europea.
Cansados de dos guerras mundiales, los
europeos decidieron abrirse a todos. Y esta apertura es su esencia.
Y, también, la causa de su
crecimiento. De dos naciones (Francia y Alemania) que ponen de
acuerdo para conjugar sus minas de carbón, hoy ya son 28 nacionalidades.
El alma de Europa es grande y
complicada, porque no es fácil amalgamar tantas culturas diferentes ahora en
tiempos de crisis.
Sin embargo Europa no se ha atrevido
todavía a abrirse al continente africano, después de un colonialismo que fue
una verdadera depredación de sus riquezas.
Antes fueron los europeos los que
invadieron África. Ahora son los africanos los que en oleadas crecientes
quieren entrar en Europa. Huyen de la pobreza atraídos por lo que en la
TV ven sobre la Europa
Unida.
Frente a todo esto los europeos se
defienden y envían sus guarda costas para impedir que lleguen. Y,
si lo logran, para devolverlos a sus países de origen. Y este esfuerzo
africano cuesta anualmente miles de ahogados.
El problema de Lampedusa tiene que
preocupar a Berlín, Roma, Londres y Madrid.
Europa, tiene por delante un grave
dilema. Encerrarse en sí misma como en una fortaleza fortificada para
defenderse de la crisis que le trae millones de parados, pero con ello
envejecerá su población con el bajo índice de natalidad que tiene. O abrir sus
fronteras, ayudando a sus vecinos porque, les guste o no, tarde o temprano, va
a necesitar una mano de obra extranjera que esté preparada.
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