Es una misma palabra empleada de
dos maneras.
Sentido como sinónimo de
tener una meta en la vida. Sentido como si vale o no esa misma vida.
Comienzo por lo segundo. La vida
tiene que sentirse que vale. Sin ello, tenemos la sensación de vernos con las
manos rotas y sin nada en ellas. De sentirnos una inutilidad. Cosa que no
recomiendo a nadie.
Pero, en realidad ¿qué nos da este
sentido de plenitud?
Si dijera que momentos
desconectados de felicidad, no diría todo. Tiene que ser algo que abarque
todo lo principal. Desde lo esencial de comer y vestir hasta el cariño
de los que nos rodean, pasando por un quehacer que nos entusiasme. Y todo
esto expresado en una causa que lo una.
Vivir haciendo zapping, no es
vivir. El ser humano exige una continuidad de vida, fuerte y
creciente, que unifique a los años tras una utopía.
Para los creyentes en Jesús, él es
nuestro ejemplo.
Su vida adquiere unidad al servicio
del Reino de Dios. Todo lo que hace tiene un significado y una
fuerza apasionante desde esta realidad.
Jesús no enseña una doctrina
religiosa. Está apasionado por una vida más digna para todos. Busca con
todas sus fuerzas que los deseos de Dios de justicia y de
misericordia se vayan extendiendo y haciéndose realidad con alegría.
Jesús proclama que esa voluntad de
Dios de felicidad para todos “ya está presente entre
nosotros”. Lo que hace falta es que nos dejemos llenar de ella.
Seguir a Jesús es aceptar en libertad esta Utopía y luchar por ella.
Y, vuelvo a lo del comienzo.
Los hombres y mujeres, que dejaron una huella en la vida, dieron un sentido a
sus vidas. Este no tiene que ser el mismo ni expresado en las mismas
palabras, pero siempre ha de ser positivo: abierto al bien de los demás y
propio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario