Los veo a mi alrededor huidizos, sintiéndose
despreciados o temidos, desnutridos, con la vida destrozada, perseguido por sus
robos.
Todos los que no lo somos, suponemos los
problemas del drogadicto, pero pocos le damos una mano.
En una palabra, el drogadicto es golpeado por
la vida y, comenzando por él mismo, hace sufrir mucho a todos, y en especial a
sus familias.
Como cristiano me veo obligado a hacer un
replanteamiento ante tanta desgracia. En ese ambiente no existe la felicidad
que Dios quiere para todos. Hay que abrir una puerta para que la encuentren y
traspasen y nos encontremos todos juntos.
El usuario de la droga es un enfermo. Como lo
es el que fuma y tiene los pulmones rotos o el borracho con el hígado destrozado.
Enfermo que comenzó por causas de la vida, muy
difíciles de comprender por quienes no las tuvimos.
Son muchas preguntas las preguntas que me
atormentan sobre ellos.
¿Podrá vivir un día humanamente? ¿Qué habría
que hacer para que puedan vivir curados o como enfermos, pero pasando sus
últimos años o días siendo respetados y respetando a los demás?
Mi convicción es que esto no puede seguir así
indefinidamente. Son seres y creaturas de un Dios que los quiere como a
nosotros. Y quizás, más porque sufren más completamente abandonados.
A los drogadictos que pertenecen a la clase
rica, en ocasiones, los curan con métodos que cuestan millones.
Pero, ¿Qué les queda a los drogadictos
empobrecidos del Paraguay? Prácticamente
sufrir mucho y nada más.
Hay policías que los golpean o usan para sus
coimas o robos. Los fiscales simplemente los envían a Tacumbú.
Conozco a un grupo de psicólogos y pobladores
que en el Bañado Sur luchan admirablemente por reducir en ese territorio sus
daños. Pero, siempre andan escasos de medios. Desearía ser uno de ellos. Como
cristiano encuentro entre ellos a Jesús actuando.
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